¿QUE VEREMOS EN ESTE PROGRAMA?

Cuando me inscribí en Escribir para Encontrarme, lo hice desde la duda. No sabía si esto era para mí. Siempre había llevado mis emociones “en orden”, o eso creía. Pero por dentro, me sentía agotada. Desconectada. Como si viviera en piloto automático desde hace años.
En el módulo del niño interior, escribí una carta a la niña que fui… y por primera vez, lloré por cosas que había guardado por más de tres décadas. Me di cuenta de que había vivido sin validar mi dolor, exigiéndome estar bien todo el tiempo.

Hoy no solo me permito sentir, también me escucho con compasión. Escribo todos los días, aunque sea un párrafo. Me hablo distinto. Volví a acercarme a Dios desde otro lugar, más íntimo. Siento que, por fin, estoy empezando a vivir con intención. Ya no desde la herida, sino desde la sanación.

Siempre fui muy espiritual, pero sentía que algo faltaba, oraba pero no sentia que mis oraciones eran escuchadas. Sabía que había heridas que no había sanado, y estaba cansada de sentirme así.
En el modulo sobre reprogramación emocional, hubo una frase que se me quedó tatuada: “El sufrimiento no es tu hogar”. y como un flechazo me di cuenta de que había normalizado vivir desde la carencia , que le tenía miedo a mi propia felicidad. Hoy me siento mucho más en paz. Entendí que escribir no solo sana… también es una forma de orar. Volví a conectar con Dios desde el amor, no desde la culpa. Y ese es el regalo más grande que me ha dejado este programa.

Siempre fui la fuerte de mi familia. La que no llora, la que resuelve. Pero había algo que me pesaba mucho y no sabía cómo sacar. Mi terapeuta me recomendó escribir, y encontré este programa.

Desde el primer módulo, sentí que algo cambiaba. No era solo escribir… era verme. En un ejercicio sobre creencias limitantes, descubrí cuántas decisiones de mi vida venían de miedos heredados, no de mis verdaderos deseos. Me confrontó, pero también me liberó.

Hoy estoy construyendo una nueva forma de vivir, más alineada a mí. No ha sido fácil, pero ya no me siento sola. Volví a confiar en que hay un propósito en mi historia. Y lo más importante: aprendí a perdonarme. A dejar de pelear con mi pasado y empezar a caminar hacia lo que Dios sueña para mí.